10:11
- Sofía Torres
- 8 jul 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 23 abr 2021
"Unos segundos de bondad no hacen justicia a la velocidad del tiempo."

A las 10:20 el señor Alberto García cruza la sala principal hasta llegar a su amado sillón de tela café claro ubicado delante del gran ventanal. Aquel lugar tan anhelado por los vivientes sin calor, es bendecido por los reflejos de luz provenientes del punto rojo en el cielo. Redondo y resplandeciente, deja caer sus destellos para hacer presencia en el hogar del señor García hasta iluminar 3/4 partes de la sala en sus mejores momentos.Su intensidad ha obligado a mantener las cortinas de la sala cerradas para retener la juventud en los muebles y solo se abren para el señor García cuando él lo amerita. Su calidez lo sumerge en un estado de tranquilidad y reposo idóneo para su lectura matutina de los clasificados del periódico. Lo abre, lo extiende y lo hace resonar como solo el aglomerado de varias hojas grandes suena en el aire, hojea los títulos preliminares y selecciona a su gusto.

Del otro lado de la casa, el ambiente se carga de partículas con aroma. La hora del té se adelantó y la tetera se ha puesto en el fogón. El señor García sabe de los antojos que pueden suscitar estos días de encierro. La casa ahora huele a infusión con canela, un sabor de tranquilidad en el aire se exteinde sigilosamente por los rincones de la casa hasta que se disipa al caer las 10:40. Dos minutos después, como reloj cronometrado que ha terminado su cuenta regresiva, el señor García recuerda que es la hora de tomarse el medicamento para la tensión. Respira profundo y mira fijamente el número de página de su lectura. Rendido ante la hora, toma aquella pared imponente de papel cargado de tinta que se alza por encima de su cabeza y la dobla en tres partes sin perder el número de página. Él sabe que la lectura deja reseca la boca y nutrido el conocimiento.
En ese momento, Elvira sale de la cocina y se desplaza por la sala con mucho cuidado de no irse a pegar con los bordes de los muebles, pues el moretón durará más que el mismo dolor provocado. En su mano izquierda lleva una botella de agua y en la derecha, en forma de puño, la pastilla que le proporcionará más tiempo junto a Alberto. Al llegar al otro extremo de la sala, se aferra al espaldar del sillón naranja como si su vida dependiera de ello. Ella tiene menos edad que él, pero eso no le quita el peso de los años. Respira profundo y alza la mirada del suelo hacia su compañero de vida. Él sabe lo que aquellos ojos cafés profundos le dicen. Nunca antes traer un poco de agua fue la excusa perfecta para decirse todo en medio del silencio.
Durante mucho tiempo, Alberto y Elvira han vivido juntos. Vieron a sus hijos crecer, algunos casarse y tener su propio hogar y destino. Ahora ellos se concentran nuevamente en pasar los días cuidándose el uno al otro. El pasado los ha bendecido con una familia y el presente, con cada despertar en la misma cama.
El punto naranja resplandeciente toca con sus destellos la espalda de Alberto, la calienta y le recuerda que está vivo. Recibe la botella de agua, la mira a los ojos y le responde del mismo modo. Aunque no puedan ver sus bocas, él sabe que ella sonríe mientras vuelve a la cocina por su taza de té. Las hojas han soltado su mejor esencia mientras tinta el agua caliente de verde claro. Ahora las flores de la mesa del centro sueltan su polen y toman el protagonismo en el ambiente.
10:45 el señor García se dispone a abrir la botella. En sus varios intentos, La tapa de plástico inútil ante su tamaño se vuelve imposible para manos tan robustas por el largo trabajo que tuvieron que hacer en tiempos pasados. Sus esfuerzos no han dado resultado y obligan al señor García a reincorporarse en el sillón naranja para dar su mejor fuerza. Diminuto pedazo de plástico se mantiene apretada y resbaladiza. Le marca la piel y esta palpita roja de dolor. Por fin, está abierta.

En un gesto rápido, el señor García inclina la cabeza hacia atrás en un intento por dejar pasar con dificultad aquella pastilla de gran tamaño. El elixir de la eterna juventud tiene su costo, tan solo unos segundos mientras baja la cápsula por el esófago y sueltas el aire que retenías con desesperación desde hace ya varios segundos (...) Alivio.
El temblor vuelve a la mano de Alberto y el líquido de la botella se agita en su interior. Ya no quedan fuerzas y la botella pesa más que nunca. La tapa ha corrido lejos del terremoto y se esconde debajo de la mesa de centro. Al menos esta llega, pero la botella de agua está más que lejos. Resbaladiza, anuncia su próxima caída, pero es rescatada por las manos de Elvira justo antes de resbalarse en las manos de Alberto. El agua en su interior reposa nuevamente y la botella logra llegar a la mesa de centro tranquila, perfecta y apetitosa.
Ambos suspiran. Él deja caer su espalda contra el espaldar blanco del sillón naranja y retoma el aliento paulatinamente. Ella, se sienta a su lado en el sillón naranja que le hace juego con el de él. El té está servido. Un sorbo refrescará el tormento muscular y refrescará la calma mientras sus mentes divagan por los pensamientos.
11:00 la lectura vuelve a ser el centro de atención. Los destellos de calor bajan y la página 32 se despliega por encima de la cabeza del señor García.

Comments