top of page
Buscar

El día.

Actualizado: 23 abr 2021

Dicen que Álvaro, o Alvarito como lo llaman su más allegados, era un sin fin de recuerdos. Lo reconocían fácilmente al caminar por las calles del pueblo por su gran nariz protuberante tan llamativa como un botón rojo de autodestrucción, y una barriga, como dicen los viejos dichos, de cervecero, tan grande que incluso se lo veía posar su tinto sobre ella como una mesa extra por la que no tiene que pagar en las panaderías. Pero más allá de sus cualidades, pocos sabían que Álvaro poesía un miedo profundo al ser olvidado, con el que inevitablemente trataba de remediar exaltando sus reacciones y atrapando a las personas con sus chistes que los convertía en historias casi infinitas con las que dejaba a más de uno con la boca abierta.


Una mañana, su hija mayor lo llamo para que fuera parte de un almuerzo familiar que iba a tener lugar ese mismo día. Álvaro reaccionó con tan alegría que al colgar se abrocho el cinturón y se arreglo la camisa para estar casi listo para partir, pues sabia que el viaje era largo. Recorrió los innumerables cuartos buscando sus objetos personales, gafas, billetera, estuche del celular, sacó (…) Parecía una tarea tan larga como dispendiosa, celular cargado, su sombrero café claro favorito, efectivo, llaves...

-Llaves… en el bolsillo- Se revisa el bolsillo delantero de su pantalón de dril buscando un suspiro al reconocer algún objeto metálico en tal gran agujero.


- ¿y las llaves de mi carro? -


“Cosa típica” podrían haber pensado pero la respiración de Álvaro mostraba lo contrario. Se agitaba cada vez más y la impaciencia lo inundaba en la desesperación. Después de revisar todos los bolsillos dos veces, se voltea y maldice a su memoria diminuta y con ello a sus canas por tan avanzada edad con la que cargaba sobre sus hombros. Desesperado, vuelve al pasillo donde yacían los retratos familiares como un atajo para ir a la alcoba principal y volver a buscar.


Mientras avanzaba por el pasillo, percibió que las fotografías que estaban colgadas con gracia en tan largo pasillo se derretían como mantequilla al fuego. Perdían color, se torneaban en blanco hasta perder sus rostros. Asombrado por lo que presenciaba, trataba de parpadear consecutivamente mientras sus manos seguían deslizándose entre los bolsillos como si los rostros de sus familiares yacían escondidos entre la tela. Atónito, lo único que sus manos consiguieron fue su billetera abierta para ver su credencial ahora sin foto ni nombre. Álvaro se tambaleo y negó con la cabeza por tales hechos que estaba presenciando. Su alrededor se torno como un lienzo en blanco carente de vida y familiaridad.


Descompensado, avanzó tambaleante hasta la alcoba para asomarse por la ventana de su cuarto. Desde ahí pudo ver algunas personas reunidas escuchando con asombro y expectativa a un hombre contar historias, como él lo hacía. No podía ver el rostro de los espectadores pues se encontraban de espaldas a su ventana. Sin embargo, aquel joven y vigoroso al que les dedicaban tan determinante atención a sus palabras lo tenía de frente y podó ver un poco sus facciones.


Era él mismo. Su rostro en un cuerpo más joven.


Alentado por ver un rostro trato de agudizar su visión entrecerrando los ojos. No lo reconocía, pero sabía que no le caía bien por alguna razón desconocida.


-Lo gracioso de olvidar las cosas, es que olvidas el mal que te han hecho. – dijo en tono reflexivo muestras asentía con la cabeza.


Volvió a respirar. Su corazón latía con más tranquilidad y procedió a cerrar la ventana tras de sí. Fue a la cocina y puso a calentar el agua hasta que las burbujas resonarán en el lugar interrumpiendo el silencio. Álvaro tomo su sombrero café y lo dejó sobre la mesa. Cogió todos sus elementos personales y los dejó reposados sobre la mesa del comedor. Sin celular, sin efectivo, sin correa y billetera.

.


-Está listo el tinto. – Dijo con alivio.


Álvaro volvió a la cocina y se sirvió su tinto cargado con doble azúcar. Caminó hasta su sillón de cuero y procedió a sentarse para dejar reposar su pocillo sobre su barriga mientras contemplaba al joven e la calle contar sus historias.



Dicen que Alvarito nunca se percató (…) Sobre la mesa del comedor estaba su credencial con foto, debajo de la silla del comedor las llaves de su amado carro, en su celular no registraba ninguna llamada, y sobre el gran sillón de cuero un viejo dejando pasar su ultimo día.


__________________________________________________________________________________

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comments


Bogotá, Colombia.

Industrial Desing.

© 2020 by Sofía Torres

Proudly created with crayones.

bottom of page